Entre partidas y recuerdos: Mi historia con el ajedrez

Por: Adan Corona Fuentes

La pátina del tiempo, un cuarto de siglo se adhiere a la superficie de este tablero de ónix y mármol, testigo silencioso de una historia que se tejió, casi por casualidad, con hilos de amistad, aprendizaje y una pasión inquebrantable. Hoy 19 de julio de 2025, al desenterrarlo del olvido, después de haberlo recibido como un tesoro de mi hermano Alejandro en 2022, la emoción me embarga, y las piezas de un rompecabezas vital comienzan a encajar.

Recuerdo vívidamente mis días de niño, con apenas doce años, observando desde la ventana cómo mi hermano Alejandro y el amigo de la familia, Florencio, se enfrascaban en partidas que para mí eran un misterio indescifrable. El ajedrez era un mundo ajeno, un juego de adultos del que me mantenían al margen. Aquel tablero, entonces ajeno a mi destino, ya estaba ahí, esperando pacientemente el momento de revelarse.

La vida, a veces, nos guía por caminos insospechados. Paradójicamente, un castigo escolar se convirtió en el catalizador de mi viaje ajedrecístico. Fue en la preparatoria, en la biblioteca, donde el ajedrez me encontró. Una tarea olvidada me condenó a un castigo que, irónicamente, se transformaría en una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Allí, entre los anaqueles polvorientos y el susurro de las hojas, un grupo de jóvenes se enfrascaba en partidas que hipnotizaron mi mirada. Fue en ese preciso instante donde conocí a Ángel, el formidable mejor Sub-15 de Hidalgo, quien se convirtió en mi primer mentor. Con él, la semilla de la pasión por el ajedrez germinó, abonada por las enseñanzas de un par de libros que compré en librerías de viejo. Mi primera iniciación, un libro viejo de pasta dura color naranja titulado Lecciones de ajedrez de Petrov, se convertiría en mi lectura diaria.

No recuerdo exactamente cuándo empezó todo, pero sí sé que el ajedrez se volvió parte de mí mucho antes de que entendiera lo que realmente representaba. No hubo un primer torneo oficial fuera de la universidad como tal. Lo mío fue más amateur, más cercano: partidas en Pachuca, encuentros en casas de ajedrecistas, en el Club Arlequín con Aranda, Davicho, Noé. Ahí, entre relojes analógicos, piezas gastadas y tableros doblados por el uso, se forjó el verdadero espíritu competitivo que me movía.

Cerca de 2010, la biblioteca, una vez más, se reveló como un epicentro de encuentros trascendentales. Allí conocí a Gerardo y Paris, quienes, sin saberlo, se convertirían en pilares fundamentales de mi incursión en el ajedrez competitivo. Junto a Fernando y otros amigos que se sumarían a esta travesía, viví cinco años de un crecimiento exponencial. El estudio constante y el apoyo incondicional de figuras como el profesor Francisco León y el Maestro Nacional Luis Aranda (q.e.p.d.) fueron el motor de mi progreso. Ellos no solo creyeron en mí, sino que me transmitieron su pasión y paciencia, forjando en mí la disciplina y el amor por el juego.

Los frutos de este esfuerzo no tardaron en llegar. Fue en la universidad donde la pasión tomó forma, donde las piezas comenzaron a moverse con un propósito más allá del juego. Allí, rodeado de compañeros y rivales como París, Zampayo, Beltrán, Gerardo, Mandi, Fernando y algunos más cuyos nombres se me escapan pero no sus partidas, gané el torneo interno de la Universidad Tecnológica de Tecámac. No fue solo una victoria, fue un punto de partida.

En 2010, una experiencia marcó mi memoria con fuerza, mis logros se extendieron con un tercer lugar nacional por equipos y tercer lugar individual absoluto en el Nacional de Universidades Tecnológicas en la categoría de avanzados. No sé si fue un evento grandioso en nombre, pero para mí lo fue todo. La adrenalina, la emoción pura, el sentir que todos esos años de práctica y pasión se condensaban en una sensación que aún hoy me cuesta describir.

En 2011, tras un intenso entrenamiento en el club Arlequín de Pachuca, tuve el honor de representar nuevamente a mi universidad en el nacional en Hermosillo, Sonora. Junto a Gerardo, Fernando y Paris, mi equipo alcanzó un meritorio segundo lugar nacional por equipos. Los años siguientes continuaron sembrados de éxitos: en 2012, obtuvimos el tercer lugar por equipos en el torneo del TESE, solo superados por la UNAM y el IPN, y en 2013, cerramos esta brillante etapa con un quinto lugar nacional en Querétaro. Sin duda buenos momentos de ajedrez, amigos y universidad.

El 2014 marcó un hito en mi formación. Mis estadías universitarias me llevaron a Argentina, donde tuve el privilegio de jugar cuatro torneos en el legendario Club Argentino de Ajedrez. Fundado en 1905, este bastión del ajedrez mundial ha sido cuna de figuras icónicas como Capablanca, Alekhine y Najdorf. Fue allí, entre partidas intensas y el ambiente vibrante de la competencia, donde recibí el apodo de “El Mexicano”, un distintivo que me llenó de orgullo y que aún hoy evoca gratos recuerdos.

Allí, bajo el tutelaje de maestros excepcionales, mi juego y mi carácter se forjaron aún más. Más que un viaje, fue una transformación. Descubrí una escuela distinta, una forma nueva de pensar el ajedrez. Una mentalidad que desafiaba todo lo que había aprendido hasta entonces. El ajedrez argentino me enseñó que cada jugada tenía un trasfondo, que cada decisión era parte de un sistema mucho más complejo de lo que creía. Conocí a Eliot, un ruso que llegó a Buenos Aires huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Con sus regaños, su paciencia y un corazón inmenso, me transmitió enseñanzas que trascendían el tablero. También tuve el honor de entrenar con el Maestro Internacional Alejo de Dovitis, cuya pasión me infundió el temple competitivo.

Mis logros en Argentina fueron el reflejo de esta intensa formación:

  • Gané dos torneos de segunda fuerza, obteniendo el primer lugar en ambos.
  • En los abiertos del club, obtuve el 17º y el 10º lugar, experiencias que, si bien no fueron victorias, resultaron valiosísimas para mi desarrollo.

A mi regreso a México, la pasión por el ajedrez me llevó a certificarme como formador de ajedrez por la Fundación Kasparov de Iberoamérica. Luego, la vida impuso una pausa, casi una década de partidas esporádicas en línea o con amigos.

Pero la llama, aunque latente, nunca se extinguió. El 2023, en particular, se convirtió en un año de doble renacer. Mientras regresaba al tablero en el Torneo Nacional para los Trabajadores en Oaxtepec, obteniendo el 31º lugar y reencendiendo esa chispa competitiva, la vida me presentó la partida más importante de todas: convertirme en padre en conjunto con mi esposa Mariana. Esta nueva etapa, llena de amor y responsabilidad, se convirtió en el desafío más gratificante, una lección de vida que, al igual que el ajedrez, exige paciencia, estrategia y un compromiso inquebrantable. Ese mismo año, volví a encontrarme con viejos y nuevos amigos, Tena, Tematch, Yahir, Rafa, Miguelón y David, con quienes se armaban animadas “retas” en la plaza Ares de Tecámac. Y en ese renacer, también me reencontré reviviendo la camaradería que solo el ajedrez puede forjar.

Después de tantos años, tantos regresos y pausas, entendí que el ajedrez no era solo un juego. Para mí, es una pasión donde no existe la suerte ni el azar. Como en la vida, nuestros movimientos nos acercan a la victoria o nos condenan a la derrota. El tablero, al final, es el lugar donde se vive la vida. Un espacio de decisiones, de lucha, de errores y aciertos. De encuentros y reencuentros.

A finales de 2024, junto a mi gran amigo Gerardo organizamos el Torneo del Pavo. Este evento, creado entre amigos y conocidos, no solo fue un éxito, sino que nos impulsó a dar forma a una aspiración más grande que se fraguo en 2019 el club Carlos Torre Repetto. De esta iniciativa, como una evolución natural, nace Chess Maniacs Tecámac, el club que en 2025 se formalizó y al que hoy pertenezco con orgullo.

Este tablero que mi hermano Alejandro me obsequió en 2022 ha sido el mudo testigo de esta increíble odisea. A través de sus cuadrados de ónix y mármol, se reflejan amistades entrañables, derrotas que forjaron el carácter, triunfos que llenaron de alegría, viajes que abrieron la mente y aprendizajes que moldearon mi vida, culminando en la más hermosa de las creaciones: la familia.

No me considero un jugador forticimo, sino un aficionado con una profunda pasión y un compromiso inquebrantable por la difusión del ajedrez. Seguramente, en este relato, he omitido mencionar a alguien importante. Si es así, les ofrezco mis más sinceras disculpas. A cada persona que me ha regalado su tiempo, su enseñanza o una simple partida amistosa, mi eterno agradecimiento. Gracias por ser parte de este viaje que, con cada movimiento en el tablero de la vida, sigue adelante.

Sinceramente Adan Corona Fuentes.

Adan Corona Fuentes

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